¡Visca la Guardia Civil!
Ser agente de la Guardia Civil en Cataluña no está pagado con dinero. La Benemérita, junto a la Policía Nacional, son la última frontera para evitar que el separatismo catalán se adueñe definitivamente de las calles catalanas, tal y cómo se demostró cuando la situación se puso cruda y los cachorros de Puigdemont y Junqueras se dedicaban al terrorismo urbano en el centro de Barcelona y de las principales ciudades de esta comunidad autónoma. Su vocación de servicio, y su amor a España, son indiscutibles y su solidaridad con los catalanes que defienden la ley, o sea nuestro marco constitucional, es continua.
¿Qué reciben a cambio? La Generalitat les escupe y les desprecia. El gobierno autonómico paga a un montón de propagandistas y presuntos humoristas para que en los medios de comunicación públicos insulten a los abnegados agentes de la Guardia Civil. Cada vez que hay tumultos organizados por los autodenominados CDR y otros grupos radicales, los cachorros de los partidos separatistas se dedican a atacar a los cuarteles de la Benemérita, mientras los Mossos d’Esquadra llegan, curiosamente, casi siempre tarde. Y recordemos como la consejería autonómica de Sanidad se negó a vacunarles – también a los policías nacionales- – contra el COVID, y les pusieron los últimos a la cola a pesar de ser personal de riesgo.
El Ministerio del Interior no solo no les protege y les ampara, sino que los utiliza como moneda de cambio para que Pedro Sánchez siga en La Moncloa, y los ha puesto a los pies de los caballos de los partidos separatistas. La Generalitat quiere echar a la Guardia Civil de Cataluña y su siguiente objetivo es arrebatarles las competencias de vigilancia de costas y del medio natural. Ya ha comprado material y embarcaciones para los Mossos d’Esquadra para que se vayan preparando. Y, si Sánchez sigue en Moncloa, lo conseguirán más pronto que tarde gracias a un Grande-Marlaska convertido en el felpudo del presidente del Gobierno para que Gabriel Rufián y Arnaldo Otegi pisen con garbo.
Además, los hijos de los agentes son señalados en las aulas por docentes independentistas que tratan de humillarles delante de sus compañeros de clase y, de postre, apenas reciben educación en su lengua materna. Así, un guardia civil que hoy está en Sant Andreu, y que en dos años puede estar en Zamora, ve como sus retoños casi no tienen asignaturas en nuestra lengua común, y encima la Generalitat pretende que cuente como docencia en español las horas de patio y de comedor. Por suerte, se han plantado y la asociación de guardias civiles JUCIL, con el apoyo de Hablamos Español y Convivencia Cívica Catalana, han exigido que se cumpla la sentencia del 25%. Un 25% de docencia en castellano es mísero, pero menos es nada, y bien hacen en reclamar sus derechos.
Queda claro que ser agente de la Guardia Civil merece un respeto, no solo en Cataluña, sino en todo el país. Se juegan la vida por defender la seguridad de todos los ciudadanos, además han de afrontar maratonianas jornadas laborales, con unos medios más bien precarios y por un salario que no es ninguna maravilla. Si encima hablamos de que sus jefes políticos les desprecian bastante, y que casi nunca dan la cara por ellos –recuerden Alsasua o las continuas invasiones de la valla de Melilla– hemos de concluir que son auténticos héroes. Pero lo que sufren en Cataluña o en el País Vasco y algunas zonas de Navarra– merece nuestra solidaridad y apoyo. Ellos son la última barrera contra la barbarie, nunca deberíamos olvidarlo.